martes, 19 de enero de 2010

Plaza Pública

Vía: http://www.reforma.com/editoriales/nacional/536/1071743/default.shtm?plazaconsulta=reforma&

Haití: el origen de sus males

Miguel Ángel Granados Chapa
19 Ene. 10

Es tan banal y detestable la aseveración de Pat Robertson sobre el origen del infortunio de Haití (sus pobladores de comienzos del siglo XIX hicieron un pacto con el diablo), que después de ridiculizarla de muchas maneras, convendría pasarla por alto y olvidarla. Pero su emisor es un político (que se presenta bajo la apariencia de un predicador religioso) muy influyente en Estados Unidos: es uno de los adalides del peor fundamentalismo evangélico y sus palabras son tenidas como verdad revelada por miles, quizá millones de personas que lo han oído decir que el Islam es una secta satánica o que matar al presidente Hugo Chávez será más barato que librar una guerra en su contra. Lo dicho por Robertson (que ni siquiera se llama Pat, sino Marion Gordon) resulta de la ignorancia, el dolo y el prejuicio racial y religioso que identifica a los extremistas. No dice a su auditorio si los haitianos faltaron a su acuerdo con el demonio y por tal motivo son golpeados, o si se trata de un castigo de Dios por haber entrado en tratos con el Maligno. Pero esperar una explicación de Robertson es inútil: cree que la independencia haitiana se consiguió frente al imperio de Napoleón III, siendo que el sobrino de su tío nacería apenas cuatro años más tarde que la consumación de la liberación de Haití.

Aunque debía ocurrir lo contrario, el norteamericano medio lo ignora todo sobre Haití. Desconoce en qué medida los pesares de esa pequeña porción de la isla Española han tenido su origen en Estados Unidos. Así ha ocurrido hace 200 años y ahora mismo. Los estadounidenses que siguen a Robertson estarán incapacitados, por lo tanto, para valorar la extraña paradoja que el terremoto de hace una semana ha suscitado: por primera vez en la historia la presencia norteamericana en suelo haitiano tendrá efectos beneficiosos para una población lastimada que trueca soberanía por mínimos primeros auxilios.

Apenas lograda su independencia, Haití recibió de Estados Unidos su primer golpe: el presidente Thomas Jefferson prohibió comerciar con el nuevo país, cuyo gobierno sólo fue reconocido seis décadas después de nacido, por Abraham Lincoln. Menos mal que ese reconocimiento no costó a Haití lo que el de Francia: la admisión de una deuda de millones de francos que explica también la pobreza ancestral del país antillano, asediado a lo largo del siglo XIX ya por la marina británica, ya por buques de guerra alemanes.

A pesar de todo, el auge de las plantaciones de azúcar y café hizo de Haití un destino interesante para la inversión foránea. Lo que es ahora el Citibank adquirió en 1910 el Banco de la República de Haití, que era el banco emisor de moneda, y trasladó sus reservas de oro a Nueva York. Durante largo tiempo rehusó pagar interés alguno al Estado haitiano, y cuando accedió a hacerlo aplicó tasas por debajo de las vigentes en el mercado. Para asegurar esos intereses y los de empresas como la Haitian American Sugar Co, los marines norteamericanos invadieron a aquel país en 1915 , y permanecieron allí durante los siguientes 19 años, hasta que en 1934 el presidente Roosevelt ordenó a sus chicos volver a casa.

Retornarían a Haití, sin embargo, 60 años después. Debido a su doble política frente al primer Jean Bertrand Aristide -contribuir a deponerlo y luego reconocerlo Presidente en el exilio- se rompió en 1994 el precario orden público que los golpistas mantenían con sobra de fuerza. Miles de marines ocuparon el país hasta que fueron reemplazados por la fuerza de paz, los cascos azules de las Naciones Unidas.

Ahora esos invasores son bienvenidos. Su presencia hace falta y es de agradecerse ante la descomunal tragedia que se abate sobre Haití. Aun con los antecedentes sumariamente referidos en estas líneas, la presencia norteamericana ostenta hoy el signo de la buena voluntad, pues los efectivos que están ya desembarcando asumirán tareas de vigilancia y orden que son indispensables para la distribución de la ayuda internacional que con tanta hondura y urgencia reclaman los damnificados.

El presidente Barack Obama cumple mañana un año en la Casa Blanca. En ese lapso ha decepcionado a no pocos de sus seguidores porque no ha cumplido ofertas de campaña y, al contrario, ha reforzado la participación norteamericana en Afganistán y en Iraq. Pero también ha sido leal a lo ofrecido y ha sacado adelante la profunda reforma en materia de salud que necesitan millones de norteamericanos, menesterosos y no tanto. En ese año también recibió el Premio Nobel de la Paz, galardón merecidísimo más por sus principios e intenciones que por sus hechos, y que le ofrece un escudo frente a la maledicencia racista de su país, que en cualquier momento podría pasar de la agresión verbal a la acción directa, azuzada por gente como el zafio Pat Robertson.

Al frente de la intervención benévola que ha dispuesto su gobierno, Obama y los gobernantes de los países a los que la crisis no ha hecho menos ricos están en situación de contribuir a que los haitianos sobrevivientes construyan sobre los escombros un nuevo país. Sé que suena ingenuo proclamarlo y sé también que en efecto hay gran dosis de candor al hacerlo. Pero el realismo político también quedará bien servido si se atienden de modo profundo y permanente las necesidades haitianas. Autorizar el asilo y la residencia decenas de miles de ellos en este momento es noble e inteligente. Lo será más contribuir a que Haití mismo no tenga que expulsar a los suyos.

Cajón de Sastre

Hace ya cinco semanas de que fue asesinado cerca de Poza Rica el comerciante Pablo Gnuyen Chilián Espinosa, de 37 años. Ese 11 de diciembre lo acompañaba su amigo Jorge Gerardo Palacios Anzaldo, que sufrió serias fracturas. Los atacantes dijeron ser agentes de la policía, lo que tal vez explica la negligencia del Ministerio Público de aquella ciudad del norte veracruzano, que con cinismo alega que tiene 180 días para concluir la averiguación, que de hecho ni siquiera ha iniciado. La víctima es hijo de Federico Chilián Orduña, un activista civil y periodista, director del diario Transición en Puebla. El mismo día en que su hijo fue agredido, denunció los hechos en una carta al gobernador Fidel Herrera, quien ni siquiera acusó recibo. El asesinato mismo y su impunidad se agravarían si se quiso atacar con este crimen a Chilián Orduña.

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